Pasear por los túneles del metro de tu mano en hora punta mientras me dices que siempre quisiste ser Indiana Jones de día y astronauta de noche es de esas cosas que me disparan la tensión arterial. Es como cuando atracamos la confitería a punta de pistola para merendar y luego tus besos sabían a crema pastelera. Porque ahora me río a carcajadas cuando voy en pijama a la cabina de teléfono de la esquina para preguntarte si te acuerdas de cuando jugamos a hacernos cosquillas en medio de un ring de boxeo. Y me divierte el riesgo de enfrentarme al lanzador de cuchillos en el circo para ganarte la apuesta y celebrarlo en el capó del coche del vecino.
Es que me has hecho adicta a la adrenalina y a las taquicardias que me vibran en las yemas de los dedos y al vértigo que me estalla en el vientre y a moverme en los acantilados de tu cama sin miedo a confesarte que me encanta ver anochecer desde tu ventana.

1 comentario:

  1. Esa Salomé de ahí arriba ha terminado por traerme a la cabeza a Kiki de MontParnasse.
    Un canto de ballena. :)

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